La historia tiene varios lenguajes que podemos leer traducidos en el idioma preciso de las cosas que habitamos, así como también en la fragilidad de nuestros pensamientos que recorren y permanecen en los meandros mas íntimos de nuestra memoria, muchas veces ocultos para nosotros mismos.
No somos los únicos lectores con historia, todos los seres, aun los inanimados tienen la saga y el idioma de la suya.
El suelo que pisamos está asentado en camadas que se formaron en el tiempo insondable de miles de milenios. Estratificaciones que contienen y revelan sin censuras en un libro de páginas incorruptibles de minerales que revelan un pasado primitivo. Desgranados, mezclados, carcomidos, transformados, encierran en sus hoyos tesoros inviolados, restos de mares, de océanos, de vida desaparecida que encontramos convertida en piedras de una belleza sin vestigios, concavidades inmensas de aguas fósiles, transparentes, puras, tibias, cristalinas.
También los astros, las estrellas, que miramos estremecidos en las noches, tienen una historia inserta en cada partícula de su luz: Polvo de estrellas, las luces y las sombras; la vida que se escinde y se asoma que inspira las melodías que inventamos para sentir humana y compartida esa sustancia interestelar que nos moldea.
Todos los seres vivos transforman su historia, los vegetales precursores de la atmósfera, en sus especies más bellas inventaron las flores para transferir la vida.
¿Por dónde empezar, entonces a contar una historia más humilde y más cercana?
Una historia humana parece siempre una minucia, una presencia casi advenediza ante la solemnidad de los tiempos. Es una ligereza casi irreverente, un arbitrio, pensar en un principio.
El respeto al Tiempo, dueño de la historia, deja que ella traslade en lenguajes palpables, consistentes, sin agendas de tiempo organizado, un infinito inenarrable.
¿Qué nos deja a nosotros en este fugaz pasaje por la vida, qué contar, qué dejar ir, qué guardar para que el tiempo lo consigne y lo apruebe dentro de su agenda de días lentos, sin estridencias, sin apuros ni vaticinios de horóscopos astrales.?
Todos tenemos un lenguaje que hablamos con nosotros mismos, sin palabras, en silencio y que guardamos en el alma.
Este lenguaje que concebimos, cotidiano, el humano, está sometido a la historia de nuestra historia. Quizás sea una irreverencia, una insensatez revelarla, expresarla ante el majestuoso lenguaje de otros seres que hablan un lenguaje de milenios. El de la tierra, los mares, las estrellas pero la imprudencia es una falta común irrefrenable y por lo tanto comprensible.
Una osadía irrespetuosa me hace consignar en estas páginas algunas de las historias que han rodeado mi vida que, como la de otros y de todos, he recibido por estratos de otras generaciones que las marcaron en papeles impertérritos y objetivos que encuentro corroídos por el tiempo, los insectos y humedades guardados con una determinación sin concesiones, y con la ilusión ingenua de que sean perdurables, que a mí también me asiste, y me anima a trasvasarlas, como pertenencia humana de nosotros mismos.
Estos fragmentos de papeles, libros, fotografías, los he ido acumulando a lo largo de la vida. Una especie de hoyo colmado, escrito capa a capa , con fragmentos de fragmentos.
Como los nichos arqueológicos que descubren en los vestigios más humildes; carbones, semillas, piedras labradas; las huellas de antepasados muy remotos pero que nos revelan, como un presentimiento con sabor a certidumbre, de donde hemos venido.
He guardado historias que me fueron contadas, otras que he ido encontrando como si sus destinos me estuvieran esperando, pero siguen vivas, cautivas de mi pensamiento.
Para no perder esta magia, esta fantasía de cosas revividas, resolví revelarlas en páginas que no tienen la contundencia mineral con que escribe la tierra pero sí la volatilidad conveniente de un idioma nuevo y tecnológico que se propagará diluido en el éter como ese polvo y esa luz de las estrellas. Así esparcido encontrará una vida independiente en otros nichos con pertenencias nuevas, sin secretos, ni ataduras a memorias personales y la historia no salteará este eslabón pequeño, inexplorado, inexistente, porque es desconocido.
Confío en que el Tiempo, dueño de la Historia, deje filtrar, entre sus rendijas de meditaciones ensimismadas estas irreverencias de ilusionista y que se incorporen a su vasta trama, universal y eterna, para que sigan, en otros pensamientos, vivas.
Isidra Solari
Salto, 2012